Estamos en la Fiesta, el “Carnaval en Chamula“ del año 1962. Suena rítmico y multiplicado el “Bolonchón“, melodía original y antigua “del Tigre y de la Serpiente.”
Ch’ul Totic ta Winajel
Ch’ul Metic ta Bajnumil.
Sagrado Señor Sol Nuestro, en el Cielo
Sagrada Madre Nuestra, en la Tierra
Suenan los organillos de los Maxetic. Son los hombres monos, quienes ataviados de rojo y negro, sus cabezas formando una cima al cielo, hecha de piel de mono y rematada con listones de colores en arcoíris, bailan al son de las guitarras y las arpas mayas. Son el eco y sonido en un círculo sin fin, en el escenario actual, que para los participantes significa todo el universo.
Miles de Chamulas se congregan en la gran plaza. Los cohetes suben al cielo, truenan y hablan, mientras el incienso se extiende como aroma sagrado que todo lo impregna en la iglesia, en el atrio, en los cuerpos y en los vestidos.
Se abre una gran avenida de fuego. Ante los ojos de toda la comunidad, presididos por sus autoridades, que empuñan sus bastones de mando, aparecen los Maxetic, los que son capaces de desafiarlo todo y danzando sobre el fuego, se funden en él, porque son del fuego, del Sol – K’ajk’al -, que es luz de vida.
Viven la fiesta del Tajimol K’in, es decir la fiesta del juego. Todos se mueven en torno al evento. Preside la fiesta “Chùl Totic“, El Sagrado Señor, el Sol.
El calor de la fiesta se vive intensamente, hay tortilla, carne y frijol. Hay mucho “pox“, el aguardiente tradicional y hay mercado. Transcurre el día y la fiesta se cumple, se vive.
Por la tarde el escenario es completamente diferente al de la mañana. Estacionados a un lado de la plaza, desde un punto alto observa Don Samuel Ruíz García, Obispo de San Cristóbal de las Casas, acompañado de tres nuevos misioneros, hermanos maristas. Todos quedamos en silencio, contemplando la escena.
Muchos participantes de la fiesta yacen en el suelo, otros trastabillan o gritan. Las mujeres, niños, niñas y adolescentes forman parte del ritual, compartiendo entre todos el embriagante “pox”.
Los sonidos del Bolonchon se escuchan resonando por las montañas, mientras se ve el serpentinear de muchos indígenas por los caminos, volviendo a sus casas. Al retirarse van rodeando los tres cerros míticos que enmarcan la plaza y que dan origen a los tres clanes de donde proceden todos los Chamulas.
Nos quedamos estupefactos. Don Samuel, saliendo de su propio silencio, dice: “Hermanos, este es nuestro mejor inicio, para aprender a ser misioneros.”
Mis ojos no creían lo que veían y en mi mente no cabía comprensión de lo que acontecía. Cuando regresamos a San Cristóbal, Don Samuel se dirigió a mí y me dijo: “Javier, te ví atónito.”
Yo le respondí: “lo estoy. No comprendo como estamos ante un evento religioso y ritual y con todo el pueblo embriagado. No entiendo absolutamente nada de lo que pasa, y menos entiendo como yo, puedo ser misionero”.
Don Samuel con mirada profunda y palabra sincera me dijo: “yo tampoco entiendo, pero juntos vamos a aprender a caminar, para un día entender y aprender cuál es nuestra misión.”
Fuimos enviados para ser misioneros con Don Samuel y no sabíamos en qué consistía nuestra misión – totalmente ignorantes! Entonces, ¿la misión es algo ya dado?, o ¿es acaso la gran aventura de un caminante que asume el desafío de encontrar el camino al andar?
Ese episodio cumplió en nosotros la función de colocar a los “misioneros” como seres vulnerables, sin respuestas. Fue sentir al desnudo la impotencia, no saber entender y el reto de encontrar alguna forma de operar con sentido y coherencia. No había claridad. No había rumbo. Solo hubo asombro. Fue el inicio de muchas interrogantes que fueron el acicate permanente para respuestas apropiadas…